Alaben al Señor desde los cielos,
alaben al Señor en las alturas.
Que lo alaben, ustedes sol y luna,
Que lo alaben, estrellas luminosas,
Que lo alaben los cielos de los cielos,
Y las aguas que están sobre los cielos.
Que alaben al Señor desde la tierra
Los grandes animales
Que nadan en el mar
Y todos los abismos.
El fuego y el granizo,
La nieve y la neblina,
El vendaval que lleva su palabra,
Las montañas y todas las colinas,
Los árboles frutales y los cedros,
Los jóvenes y también las muchachas,
Los ancianos al lado de los niños.
QUE EL NOMBRE DEL SEÑOR TODOS ALABEN
PORQUE SOLO SU NOMBRE
MERECE TODA GLORIA,
SU MAJESTAD SE ELEVA POR ENCIMA
DE LA TIERRA Y DEL CIELO.
PARIAKAKA: BLANCA Y CELESTE
Transcurrían los días y mis ojos no dejaban de mirar al majestuoso Pariakaka,
pues, vivía tan cerca y distante de él; allí se encontraba, desafiante a todo ser humano,
aquello, era para mí cada vez, una atracción mayor, mi encuentro con él parecía inevitable.
Desde el pueblo le divisaba y decíame: tendré que llegar al lugar y conocer sus secretos
para traer grabado su rostro reluciente en mi pensamiento y en mi cámara fotográfica.
Era las cinco y treinta de la mañana, del día tres de diciembre de mil novecientos
ochenta y ocho, ya las luces del amanecer habían iluminado al distrito de Tanta,
que se encuentra rodeado de hermosas lagunas que dan origen al río Cañete;
frente a mi puerta, con su honda y mochila se encontraba Brenner,
listo para partir y hacer frente al reto que me había propuesto,
llegar a sentir la nieve de la cordillera peruana y al viento frígido que
pasa acariciando a cualquier materia que encuentra a su paso.
Después de un desayuno ligero, tomé la cámara y mi sombrero,
juntos salimos por el puente, único testigo de mi llegada por vez primera al pueblo.
Era divertido caminar a esa hora, pues, el río a nuestro lado nos dedicaba música serena,
de vez en cuando saltaban alegres las truchas al vernos pasar o por la sinfonía
del viento que silbaba al acariciar las hojas del ichu. Llegó el momento de despedirnos del río,
pues, él continuaba su camino hacia el mar y nosotros el ascenso a la cordillera.
Cruzábamos pampas y cerros, a lo lejos, el majestuosos Pariakaka parecía
burlarse de nosotros, él se alejaba más y crecía como queriendo alcanzar
la profundidad del cielo infinito. Nos pusimos a descansar por un momento,
cuando de pronto vimos una vizcacha que esperaba en la cima de una piedra a los rayos dorados;
con sigilo nos acercábamos a ella, pero el viento no estaba a nuestro favor, por eso,
el animal corrió dando saltos hacia una ciudad pequeña en ruinas, un nuevo
descubrimiento para nosotros, ¿de qué año serán estas ruinas?, no sabíamos,
ya no habitaban hombres, sino era hogar de muchas vizcachas, éstas
habían construido sótanos bajo las ruinas; luego, pasamos por una plaza pequeña,
al centro un piedra plana; el nombre de este lugar es Pirca Pirca. Después de varios
minutos continuamos el camino hasta llegar a una quebrada que
conduce a la estancia de mamita nieva. Ella había salido una hora antes que nosotros para esperarnos con
el desayuno; poco a poco nos fuimos adentrando a la quebrada y la nieve blanca,
mientras recibía los rayos del sol que le hacían más hermosa, se perdía a nuestros ojos;
al voltear una esquina divisamos el humo que salía de la choza construida de piedra,
palos e ichu; en la loma del cerro, las alpacas, llamas y ovejas comían apresuradamente
sus alimentos. Los ladridos de soltera y pichicatero anunciaban nuestra presencia,
Jorge y Loyola nos recibieron con entusiasmo; pues, ellos y sus padres cuidaban y
pastaban los animales. Descansamos cerca de una hora aprovechando las truchas fritas
con cancha y papas que con bondad nos ofrecía mamita Nieva.
Sentados sobre piedras, contemplaba el cerro elevado de varios colores,
por una parte blanca y plomo por otro amarillo y rosado; mis ojos miraban y
buscaban por donde subir. Ninguno de nosotros conocía el camino, pues, allí termina el territorio tanteño,
el otro lado pertenece a otra provincia.
A nuestra empresa se unieron, Jorge de nueve años de edad, su papá de
veintinueve años y soltera; también querían conocer de cerca al nevado desafiante.
El ascenso aunque lento, no fue difícil, logramos llegar a la cumbre del cerro colorido,
desde allí, se divisa al Pariakaka después de cerros y quebradas más profundas y
elevadas. Observábamos, cuando de pronto exclamó Brenner: profesor, un
venado, realmente, allí a cinco metros de nosotros se encontraba el apreciado animal,
mientras preparaba mi cámara, el venado escapó a gran velocidad hacia abajo,
nosotros corrimos tras él sin poder alcanzarlo, porque a grandes y largos pasos
subía a la cumbre para volver al lugar del encuentro.
Continuamos el recorrido hacia nuestra meta, subimos otro cerro, desde donde
se observa un paisaje magnífico, nieve por todas partes, lagunas y riachuelos que
posteriormente se van convirtiendo en ríos. Mis ojos fijos observaban a Blanca
Nieves besando al príncipe azul, el cielo; y el Inti sonriente abrazaba con su energía a
toda la armonía que nos ofrece la naturaleza.
Aún faltaba vencer cerros más pendientes, llenas de piedras como losas,
filudas como un cuchillo y sin exagerar como filo de un guillete; pues, en invierno
las descargas eléctricas son fuertes y continuas en aquel lugar, es el encuentro
del blanco con el negro que producen una luz repentina y poderosa que destroza los corazones de piedra.
Seguimos escalando, cuando vimos rastros frescos de venados que nos adelantaron,
quizás para rendir culto al cacique de la leyenda o para buscar alguna hoja de
coca o de naranja que han crecido en la parte alta de la cordillera, según narran
nuestros ancianos andinos. Paso a paso vencíamos a los cerros y quebradas,
pero, ya sentíamos los síntomas de cansancio, pues, cada vez conversábamos
menos, nos faltaba el aliento necesario para sonreir de buena gana.
Nos faltaba subir el cerro más elevado y rocoso para llegar a nuestra meta;
nuestro rancho frío se terminó y la sed embargaba a las cuatro gargantas, pero no faltaba por algún rincón un poco de nieve.
Alfredo, el papá de Jorge, vio a los venados que nos habían adelantado, ello nos
dio ánimo para continuar; Jorge y Brenner se encontraban entusiasmados al ver
y conocer de cerca de estos animales, incluso proponían planes para cazarlos.
Por fin llegamos al lugar ansiado por mi espíritu, gritamos llenos de júbilo, el cansancio
había desaparecido, pues, frente a nosotros se encontraba la fascinante cordillera;
tomamos vistas desde diversos ángulos; desde allí se observa el distrito de Tanta
(¡Qué lejos había sido!) y a muchos cerros que se pierden en la profundidad del ande.
Luego, nos pusimos a descansar para ver si de alguna manera se podría cazar
a uno de los venados. Brenner y Jorge se pusieron a buscar Huamanrripa,
hierba medicinal para aliviar los bronquios; don Alfredo, también contemplaba la
grandiosidad del paisaje, él me decía: ¿cómo es que no vine antes?, yo le respondí:
así es, a mí también me falta conocer lugares cercanos a mi pueblo; luego, nos
pusimos a meditar cada uno en silencio; yo me decía entre sí: te he vencido Kuniraya Pariakaka,
pero: ¿realmente me has desafiado? o ¿era yo quien deseaba conocerte y palparte?...,
en realidad, desde años atrás tu leyenda me ha fascinado y calado en el fondo
de mi conciencia, pues, ahora ya te conozco, tú eres más blanco que la blancura
de un algodón, por eso gozas de la grandiosidad del Creador, tú estás cerca de él,
eres su imagen, el guardián de muchos pueblos, tu pureza hace que los rayos del astro
dorado se penetren hasta el centro de tu corazón, y ello te hace compartir con amor
y alegría lo que es tuyo, pues, por ti hay vida en muchos pueblos, muchos hombres
sedientos son saciados con tus aguas cristalinas... Y ¿si así fuera el hombre, entonces,
dejaría su corazón abierto para que entre los rayos de amor que influye la paloma blanca como tú...
y ¿cómo sería el mundo y la naturaleza?... La voz de Jorge: ¡vamos por los venados!
Me sacó de mis pensamientos. Nos pusimos de pie y fuimos tras los venados siguiendo
las huellas que habían dejado en el cerro; al llegar a la cima, soltera empezó a ladrar
de alegría al ver a los cuadrúpedos, eran cinco, cuatro hembras y un macho,
éste tiene cuernos en forma de ramas; le rodeamos, ellos no tenían salida por la
peña profunda y accidentada, nos acercamos más y más, cuando de pronto
se volvieron hacia nosotros a toda velocidad: ¡guau! ¡guau! ¡guau! ... ¡agárralo! ¡agárralo! ...
eran nuestros gritos, más yo me preparaba para saltar pero el destino hizo que
cayera en una piedra filuda que se incrustó una parte en mi rodilla izquierda y todos los venados se nos escaparon.
Con la herida y cojeando, iniciamos el retorno con mucha más dificultad, pues,
el hambre hacía estragos en los intestinos, no había fuerzas, a los pies se sumaron
los callo, el sol a esa hora hace llegar su energía con mayor intensidad; las pendientes
bajábamos como una resbaladora que hay en los juegos mecánicos de las ciudades;
Jorge y Brenner venían atrás, más pálidos por el hambre y el cansancio; nuestros pensamientos,
esta vez hacían una sola unidad, la misma visión real de la choza de
manita Nieva que nos esperaba con la merienda. Regresamos por nuestros mismos rastros,
el hambre nos motivaba a caminar más rápido, al fin escuchamos el ladrido de pichicatero,
quien nos recibió a la entrada de la choza.
Qué feliz me sentía, hasta me había olvidado de la herida, pues, había conseguido
lo que deseaba: traía conmigo el recuerdo y la grabación de Blanca y Celeste
que tanto me atrajo desde años atrás.
Después de la merienda, yo y Brenner regresamos al pueblo acompañados de
mamita Nieva; en el camino de regreso le contábamos con entusiasmo la odisea
de aquel día maravilloso. Faltaban cerca de treinta minutos para llegar a Tanta,
cuando empezaron a caer sobre nosotros, sobre el pueblo y alrededores,
las gotas del atardecer y la oscuridad, éstas parecen anunciar alguna tristeza,
quizás sea cierta, pero, más bien creo que es el anuncio para un feliz descanso,
revisión y recuerdo de la experiencia de nuestra historia humana.
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T. Alejandro Martínez Chuquizana
Distrito de Tanta - Provincia Yauyos - 1988